No voy a hablar de finales de Copa de Europa aunque haya ganado tres. No voy a hablar de Balones de Oro por más que tenga otros tres. No voy a hablar de Mundiales por más que haya sido la figura más importante de dos: en uno por haber sido el mejor, en otro por haberse negado a jugar. No voy a hablar de camisetas aunque vistieras alguna de las más importantes del mundo.
No hay una fecha concreta. Es una tarde cualquiera de un día cualquiera, en Ámsterdam. Década de los '60, o de los '70. De piernas delgadas, un joven predestinado a convertirse en fumador compulsivo conduce una pelota en un partido cualquiera. Impone un cambio de ritmo que impresiona, una velocidad de vértigo y un regate que, medio siglo después, está en peligro de extinción. Su visión de juego no es un detalle menor. No hace justicia con Cruyff hablar de aquella gran noche. Aquel campeonato. El legado de Johan Cruyff va mucho más lejos.
Revolucionó el fútbol, abrió las puertas del fútbol moderno y le aportó el fútbol total. Para siempre. Lo conoció sobre el terreno de juego bajo la batuta de Rinus Michels y lo perfeccionó desde el banquillo. Obsesión por la tenencia del esférico, presión alta sobre el adversario y triangulaciones para romper las líneas rivales. Fue el primer futbolista, y a día de su muerte el único, en haber sido leyenda primero como jugador, y alcanzar el grado de leyenda también como entrenador. No hay una tarde para resumir a Cruyff. Hay toda una vida. Un hombre de fútbol.
El fútbol es el deporte de barra de bar por excelencia.
Aquel del que todos hablan sin necesidad de saber. Unos afirman que el mejor
fue Maradona, otros que lo fue Pelé, algunos le otorgan el trono a Messi y
algún nostálgico piensa que es y será de Di Stéfano. Pero casi ninguno de los que
afirman eso con rotundidad conoce la historia de Matthias Sindelar, aunque eso no les importe para afirmar con rotunidad quién fue el mejor. Eso dejando de lado que muchos de ellos
prácticamente no vieron más que un recopilatorio de jugadas del "número
1" que defienden.
Así, no debe sorprendernos que ocurra lo mismo cuando se
habla de reglamento. Ayer se señaló un penalti en el Real Madrid-Celta a favor
del conjunto local, y sorprendentemente hay casi unanimidad en que no fue
penalti. En los bares, en Twitter y hasta en la prensa. En GANAR POR UNO nos atrevemos a llevar la contraria a esa mayoría, y lo hacemos convencidos de que la FIFA nos da la razón a través de su reglamento de juego.
¿Hubo penalti? Como en todo juego correctamente
regulado, en fútbol podemos encontrar un reglamento. La FIFA, centenaria
institución que gobierna las federaciones de fútbol en todo el planeta, regula
los tiroslibres directos en la
denominada "regla 12".
En esta regla 12 recoge diez tipos de infracciones
diferentes. Las seis primeras infracciones sólo deben señalarse cuando haya
imprudencia, temeridad o un uso excesivo de fuerza. Después, hay un segundo
grupo de cuatro infracciones, que es el que nos interesa ahora. Una de esas
cuatro infracciones consiste en "sujetar
a un adversario". Y según el reglamento de la FIFA deberá castigarse
siempre que la acción ocurra, sin tenerse en cuenta la imprudencia, temeridad o
el uso de fuerza empleado. Por tanto, siempre que un jugador sujete a un
adversario en el terreno de juego y mientras el balón se halle en juego, ha de
castigarse con un libre directo si la acción tiene lugar fuera del área del
defensor o con un penalti si ocurre en el área del infractor.
El penalti de Jonny sobre Cristiano Ronaldo estuvo bien
sancionado. El problema es cuántos penaltis como el de Jonny, o incluso con
mayor empleo de fuerza, se ven en cada partido y quedan impunes. Si el 90% de
las veces se juzgan mal las jugadas no hay que lamentar el 10% de acierto sino
el 90% de fallo. Y si un penalti es demasiado castigo para un agarrón leve
deberá modificarse el reglamento. Pero a día de hoy "sujetar a un
adversario" está prohíbido según la FIFA, y si esto ocurre dentro del área
debe ser penalti. Por tanto, Undiano Mallenco acertó al señalar la pena máxima, pese a la reprochable actitud de Cristiano que se deja caer (el agarrón no era suficiente como para derribarle) cuando es consciente de que no puede alcanzar el balón que Marcelo puso en el área.
No entramos a valorar con este artículo el arbitraje del
partido del Santiago Bernabéu, ni si algún equipo fue beneficiado o perjudicado. El Real Madrid habrá sido beneficiado si hay acciones similares no castigadas en el área de Iker
Casillas. Pero ese debate no nos interesa en GANAR POR UNO, siendo el
desconocimiento general del reglamento -prensa incluída-el motivo único de este artículo.
No me pidan que me emocione, porque soy libre para no hacerlo. Tampoco me
pidan que lo niegue, porque soy preso de la objetividad. De la mía. Subjetiva
como todas, sí, pero tratando de aproximarse al máximo a la realidad.
Hace cuatro días cambió la historia del fútbol argentino. Y en menor medida
la de todo el fútbol sudamericano. Por tercera edición consecutiva, la máxima
competición del segundo continente más grande del planeta tuvo un nuevo
campeón. Corinthians (2012) y Atlético Mineiro (2013) habían cambiado la
historia del fútbol brasileño, en un hecho que no gozó de tanta trascendía más
allá de las fronteras brasileñas, y ahora es San Lorenzo quien se suma a la
nómina de campeones y se convierte en el 25º campeón del torneo.
Todo empezó hace poco más de dos años, cuando moría el Clausura 2012 y San
Lorenzo coqueteaba con una segunda división de la que empezaba a sentirse
parte. En la fecha 16, un 0-2 parcial de Newell’s en el Bajo Flores parecía
sentenciar el fracaso de los hombres de Caruso, que heroicamente lo dieron
vuelta en un segundo tiempo que encontró muy inspirado al entonces recién
llegado Julio Buffarini. San Lorenzo volvía a la vida aparentemente sólo para
volver a morir: derrota en Tigre y empate con Independiente para llegar a la
última fecha con pie y medio en la división de plata. San Lorenzo sólo podía
aspirar a terminar en Promoción. Necesitaba y que perdiera Atlético Rafaela
(ganó) o que Banfield no ganara. Si
Banfield empataba jugarían un desempate por ver quién descendía y quién jugaba
promoción, mientras que si el Taladro perdía una victoria de San Lorenzo le
llevaba a eludir el descenso, y jugársela en una promoción. San Lorenzo hizo
los deberes y Banfield cayó vapuleado en su propio feudo, convirtiéndose en
equipo de Segunda división. El Ciclón se la jugaría con Instituto. Y se
adjudicó la promoción con lo que pudo mantener su plaza en la máxima categoría
del fútbol argentino. Un gol de Ortigoza, el penúltimo a día de hoy, contribuyó
a que lo consiguiera. Desde los once metros, no podía ser de otra manera.
San Lorenzo se rehízo y pasó de luchar por seguir en Primera a asentarse en
la categoría primero, y pelear los campeonatos después. 11º en el siguiente
torneo y 4º en el Final 2013, donde además llegó a disputar la final de Copa
Argentina. Para el Torneo Inicial 2013 San Lorenzo se erigió como uno de los
firmes candidatos a ganar un torneo que, parecía, nadie quería llevar a sus
vitrinas. Lo aprovecharon los ahora hombres de Juan Antonio Pizzi para que en
San Juan y Boedo se festejara un título después de seis años. Y con ello volver
a la Copa Libertadores.
Historia conocida la de esta Copa Libertadores. Clasificación agónica en
fase de grupos contra el Botafogo, emocionante pase de ronda a cuartos de final
por penaltis contra el Grêmio, defensa del resultado de ida en el Mineirao contra Cruzeiro para
colarse en semifinales y goleada post Mundial a Bolívar en el Nuevo Gasómetro.
Empate en Paraguay en el partido de ida de la final y, ahora sí, el último gol
de Ortigoza con la camiseta de San Lorenzo. El primero después de la promoción
por seguir en Primera. También desde los once metros, claro. Carrera larga y perpendicular al arco del
paraguayo para dejar que el portero se decante antes de tiempo. El guardameta
elige su derecha como ya hiciera el arquero de Instituto, y Ortigoza la manda también
por su propia derecha, como dos años atrás. Primero para seguir en Primera,
ahora para ser campeón de América.
Bonita historia la que escribió el flamante campeón de América desde aquel
3-2 contra Newell’s hasta el 1-0 a Nacional de Paraguay. El fútbol, el deporte
más popular y por consiguiente el que más emociones genera, es el único en el
que se cuestiona cada logro. Los amantes del tenis no discuten el triunfo de
Nadal, Djokovic o Federer. A lo sumo alguien puede escudarse en una lesión o en
una superficie poco favorable, pero nadie le va a negar un título de Grand Slam
a un tenista que lo ostenta en su vitrina. Tampoco imagino en rugby a
franceses, que acariciaron la gloria en tres ocasiones, negando el Mundial que
su gran rival del VI Naciones conquistó en 2003. Tuvieron a Wilkinson y su brillantemente calibrado pie en el momento oportuno y se adjudicaron un Mundial que quizás antes
había merecido más Francia. Pero nunca negárselo ni hablar de complots. Podríamos
hacer un largo recorrido por los distintos deportes y nunca encontraremos los
traumas personales, paranoias y complejos de los hinchas futboleros. Por ello,
sin miedo a caer en la ridiculez se habla ahora de rivales vendidos, copas
compradas y demás trampas que puedan embarrar una, sencillamente, meritoria
conquista que a unos gustará más y a otros menos. Cuestionar la legitimidad del título me parece tan ridículo como otorgarle valor de milagro papal.
La grandeza del deporte en general, y del fútbol en particular, pasa por lo
impredecible del futuro. La magia de una historia que permanece imborrable en
la eternidad y la continua batalla por, en un futuro, formar parte de ella.
Pasó el Barcelona una maldición parecida a la de San Lorenzo desde 1956 hasta
1992. No fue hasta la 37º cuando uno de los equipos más respetados en Europa se
alzó con su primera Copa de Europa, después de haber rozado la gloria en 1961 y
1986. Pobre de aquel que pensara que el Barcelona pasaría la eternidad sin
alzarse como campeón continental. Más tiempo le costó ser campeón del mundo
(2009), un honor que otro gigante como el Liverpool, cinco veces campeón de
Europa, aún no ha conseguido. La Copa de Europa sigue siendo esquiva para otros
grandes como Atlético de Madrid (finalista en 1974 y 2014) o Arsenal (finalista
en 2006). Mayor desgracia la del América de Cali (1985, 1986, 1987 y 1996), que
desde la segunda división colombiana lamenta las cuatro finales que le privaron
de la sensación de sentirse campeón de toda una confederación. Pero la historia
del fútbol acaba de empezar, y más reciente aún es la de las competiciones
continentales, que apenas han cumplido medio siglo recientemente. La gloria,
paciente y caprichosa como ella sola, seguirá esperándoles. Siempre espera.
Es el momento de San Lorenzo. Quien pueda que lo disfrute, quien sufra que
aguante el temporal y quien quiera que lo reconozca. Negar una hazaña no te
hace más hincha, tal vez sí menos futbolero. El deporte más popular es el que
más hinchas de clubes tienes, pero quizás también sea el que cuenta con una
mayor proporción de aficionados a los que sólo interesa aquello que involucre a su
propio club. Son aquellos que no lograrán emocionarse, ni siquiera disfrutar,
con las hazañas de Preston North End, los equipos de Chapman, el “Wunderteam”
austriaco, el “Grande Torino”, el Real Madrid de Di Stéfano, el Santos de Pelé,
el Estudiantes de Zubeldía, Brasil del ’70, los Ajax o Bayern de la misma
década, la Argentina de Maradona, el Milan de Sacchi, el Dream Team de Cruyff o
la España del triplete. Esos como ejemplos entre las decenas y decenas de
equipos que con menor o mayor gloria se hicieron un hueco en la historia. Esos
que todo futbolero debería reconocer y que al hincha de un club, pero no de fútbol, ni siquiera interesan.
Felicidades al campeón y a esperar una nueva Copa que ilusione a los
hinchas de los 32 participantes a lo largo de agónicas e interminables noches
que coronarán a uno sólo. La Copa Libertadores 2014 es historia y ya sólo la
disfrutaremos a través de vídeos y letras. Libertadores 2015, te estamos esperando.
El Mundial de Messi no ha dejado indiferente a nadie. De un lado
quienes restan mérito a cualquier acción del astro argentino, de otro
quienes aplauden absolutamente todo por el mero hecho de tratarse de Leo
Messi. Y en el medio, quienes intentan ver qué hizo realmente.
Messi
llegó a Brasil después de una temporada "discreta". Discreta con
comillas porque prácticamente sólo si se trata de Lionel Messi puede
pasar por discreta una campaña en la que superó la barrera de los 40
goles. Si Messi fuera un 9 cualquiera estaríamos hablando de una
temporada sobresaliente. Pero Messi no son goles. No para quienes hemos
visto la evolución de este jugador. Messi es crear, jugar, hacer jugar
y, por supuesto, anotar. Todo eso le llevo a ser el mejor jugador del
momento e indiscutiblemente uno de los grandes de la historia. Este año
dejó de crear, jugar y hacer jugar, y se limitó a anotar. Demasiado poco
para Messi.
No hace tanto que bajo la batuta de Josep
Guardiola, un Leo Messi acompañado en el frente de ataque por Villa y
Pedro se convertía en el primer defensa de un Barcelona que apenas
tardaba unos segundos en recuperar el balón, herramienta con la que
empezaban a desesperar a cualquier rival. Un inagotable Messi cuya
primer aporte al equipo era una contribución defensiva. Ya con el balón,
era frecuente ver a Messi acercarse a Xavi o Busquets para jugar el
balón, e incluso arrancar desde tres cuartos de cancha la carrera. El
lugar donde más daño hace. Así, ni siquiera era una locura ver a Messi
recibir de Piqué o Puyol, pues en la primera fase de la jugada bien
podía ser un centrocampista más, antes de apoyarse en Iniesta o Alves
para reincorporarse a la jugada ya como delantero. Esa es la versión de
Messi que merecidamente conquistó cuatro veces el Balón de Oro entre 2009 y
2012.
Desde entonces hemos encontrado un Messi distinto,
un '10' que con el tiempo ha sido más '9'. Se acabó ese Messi activo en
la presión que de la mano de Guardiola se convirtió en el indiscutible
número 1 del mundo. Y se acabó también ese Messi que baja constantemente
a recibir, ese Messi que jugaba sin balón y aprovechaba ser el
principal objetivo de cualquier defensa para arrastrar la marca -o las
marcas- y abrir espacios para, también sin tocar el balón, ser
determinante en los ataques de su equipo. El nuevo Messi finaliza las
jugadas como nadie, y es tan bueno que también puede dar el último pase.
Porque en el juego estático, sin apenas mover las piernas, tiene la
capacidad dejar sólo a cualquier compañero frente al portero rival. Pero
anotar y asistir son las únicas virtudes del nuevo Messi, que sirven
para mantener el nivel de su estadística individual, pero no para dar
mantener la aparente superioridad numérica del equipo que integra.
Y
ese es el Messi que llegó a Brasil. ¿Se reservó durante el año?
Personalmente lo dudo. No me imagino un jugador reservándose en una
final de Copa contra el Real Madrid, en una eliminatoria de Champions
League o en una "final" por la Liga. Y fue ese exactamente el estilo de
juego que desempeño Messi en los grandes partidos de la temporada. Messi
llegó a Brasil con mucha hambre, y en el inicio de cada partido se le
vio activo en la presión y bajando a recibir el balón. También lo
habíamos visto en el último partido de Liga, en el que una victoria
hubiera dado el título al Barcelona de Martino. A mi me recordaba al
Messi de la época de Guardiola, y creí durante Argentina-Bosnia que
podríamos llegar a ver la versión total del '10'. Así, bajando a
recibir, llegó el primer gol de Messi en el debut de Argentina. Pero el
Messi activo en el juego disminuía su presencia del juego conforme
avanzaban los minutos. Y esto se fue repitiendo en cada partido. Es
difícil ver un jugador que en cada partido se apaga con el paso del
minutos y no creer que no se halla en un óptimo estado físico. Y es
difícil que un jugador que se ha pasado un año "caminando" pueda llegar
bien a un Mundial. Messi fue la gran esperanza de Argentina en cada
partido, y en la primera fase fue capaz de responder con goles. Tantos
que significaron triunfos y que sirvieron para esconder un rendimiento
que distaba del que tantas veces antes había dado.
El
rendimiento de Messi una vez llegada las instancias a vida o muerte fue
calcado al de la primera fase, pero sin goles. El '10' no supo liderar
el que sobre el papel parecía ser el mejor ataque de la competición,
siendo Di María el principal arma ofensiva del seleccionado de Sabella.
Durante el Mundial vimos un Messi voluntarioso como mostraban los
primeros compases de cada partido, pero cuyo rendimiento mermaba con el
desarrollo del encuentro. Seguramente la final sea el mejor ejemplo. Messi
fue el mejor jugador sobre el campo en los primeros 45 minutos, y sólo
le faltó un '9' que se desmarcara, arrastrara la marca y definiera. No
lo tuvo y es cierto que no fue su culpa, por lo que no puedo calificar
su primer tiempo de menos que sobresaliente. Pero, como en cada partido,
también en la final la presión inicial se tradujo en un jugador que
caminaba la cancha durante la segunda mitad, y que esperaba recibir el
balón unos metros más adelante del lugar idóneo para él. Hablar del
rendimiento de Higuaín o Palacio para justificar el mal Mundial de Messi
es un error, pues Higuaín o Palacio no son estrellas mundiales, y como
tal no se les puede exigir un rendimiento para el cual no están
capacitados. Si Messi fuera Higuaín o Palacio podríamos hablar de que ha
hecho un buen Mundial, pero Messi es Messi y sólo cumple las
expectativas de quienes depositan en él su fe cuando crea, juega, hacer
jugar y anota. Y en Brasil, igual que durante toda la temporada, dejó de crear, jugar y hacer jugar, y se limitó a anotar.
Ayer la selección chilena de fútbol selló su clasificación al Mundial de 2014 tras vencer a Ecuador por 2-1 y, por primera vez en la historia, accede por méritos deportivos a dos Mundiales consecutivos (cuando disputó los Mundiales de 1962 y 1966, el primero de ellos lo jugó en condición de anfitrión).
Lograr la clasificación a dos Mundiales consecutivos es algo que pudo haber logrado también en 1994 y 1998, cuando dos de sus miembros, Iván Zamorano y Marcelo Salas, eran grandes referentes del fútbol mundial. Pero en 1989, cuando Salas ni siquiera había cumplido los 14 años, un escándalo iba a descalificar a Chile del Mundial de 1994.
El 3 de septiembre de 1989, Brasil y Chile jugaban un partido por las eliminatorias al Mundial de 1990. El formato de clasificación al Mundial, desde la zona de Conmebol, era distinto al utilizado actualmente, donde todas las selecciones se enfrentan entre sí a doble partido. En aquél entonces las selecciones se dividían en tres grupos de tres selecciones. Las dos mejores primeras de grupo irían directamente al Mundial, y la tercera disputaría una repesca. Además, Argentina ya estaba clasificada como campeona del Mundial '86 (a diferencia del método actual, el campeón accedía directamente al Mundial donde defendía el título). Brasil y Chile colideraban el grupo 3, con dos victorias y un empate cada una.
Brasil vencía 1-0 a 20 minutos del final, cuando una bengala lanzada por una aficionada brasileña impactó en el área del "Cóndor" Rojas. El portero chileno cayó al suelo y con la cara ensangrentada abandonó el terreno de juego en camilla, dejando un partido que jamás se reanudaría.
Los brasileños se vieron fuera del Mundial, hasta que las imágenes que ofrecía la televisión empezaban a levantar sospechas sobre el guardameta de "La Roja". Las sospechas se confirmarían posteriormente. Una confesión del propio Roberto Rojas iba a evidenciar que este se había autolesionado con un bisturí. No era una maniobra sólo del guardameta, sino que Chile había ideado un plan para suspender el partido y que le concedieran los puntos. El plan terminó saliendo rematadamente mal en uno de los episodios más lamentables que ha conocido el fútbol de selecciones.
Salvo remontada, Chile se hubiera quedado fuera del Mundial de 1990 en cualquier caso, pero la siguiente generación de futbolistas se vio perjudicada y no pudo luchar por acceder al Mundial de Estados Unidos. 25 años después del lamentable suceso, Chile podrá disputar su segundo Mundial al hilo por méritos deportivos. Podrá buscar, por primera vez en su historia, el acceso a octavos de final en dos ediciones consecutivas, tras lograrlo en Sudáfrica de la mano de Marcelo Bielsa.
En GANAR POR UNO tuvimos la suerte de hablar con José Javier Ortega Rozalén, ocho veces campeón de España de lanzamiento de peso. El atleta compartió con nosotros una de las historias más increíbles que hemos podido conocer y que se presenta como argumento de peso -nunca mejor dicho- a la teoría de que el límite del deportista es su propia mente. Invitamos al lanzador del FC Barcelona a contar desde nuestro blog una historia que es difícil de encontrar en Internet y él accedió a compartirla con todos nuestros lectores. Es la increíble historia de Matthias Steiner.
Por José Javier Ortega Rozalén
Ortega compitiendo con el FC Barcelona
A lo largo de la historia del deporte, ha habido hazañas, proezas,
gestas, trampas... que son recordadas por el gran público y que han ido
pasando de generación en generación, acabando por ser conocidas por
muchos o casi todos nosotros. Pero existe una historia que me llama
mucho la atención, por encima de las demás, de la cual se ha escrito más
bien poco y ha muerto en algún que otro artículo de periódico o
comentario de Youtube. Y es la la siguiente:
Matthias Steiner
es un chico fornido nacido en Austria, donde hasta 2005, se forjó entre
hierros para llegar a la élite del deporte de la halterofilia. Todo
viene de familia, ya que su padre, años atrás, también fue un destacado
levantador. En 2004, se emparejó con una muchacha alemana. Ésta cautivó
al buenazo de Matthias, se casaron, y al año siguiente, éste emigró al
país teutón. Ya en Alemania, se le concedió la nacionalidad a principios
de 2008. El destino, cruel en este caso, hizo que en julio del año
anterior, Matthias sufriera el revés más amargo que le depararía la vida
hasta el momento: su chica sufrió un trágico accidente y fallecía días
después. A lo largo de esos durísimos días, Steiner le hizo una promesa a
su amada: conseguiría para ella el Oro Olímpico. Allá donde esté,
Susann puede estar orgullosísima de su marido, ya que Matthias cumplió
su promesa con creces. ¡Vaya si la cumplió!.
A mi, más que la
parte bonita y emotiva de esta historia, lo que me sorprende es el
desenlace de la prueba, cómo Matthias se alzó con el oro. Yo, como
lanzador de peso, soy amante de todos los deportes de fuerza, aquellos
donde el atleta trata de aunar técnica y fuerza hasta límites
insospechados intentando alcanzar la mejor prestación posible.
Antes de contar el desarrollo de la prueba explicaré los modos de competición de la halterofilia. Se compone de
dos modalidades. Una es la "arrancada" (snatch en inglés), donde el
objetivo es levantar la barra con el máximo peso posible desde el suelo
hasta arriba con un solo movimiento. Por otro lado, tenemos el "dos
tiempos", donde el objetivo es el mismo, pero esta vez en dos
movimientos (cargada y envión, clean and yerk en el idioma anglosajón).
Los kilogramos levantados en uno y otro movimiento, se suman, dando así el
"Total Olímpico". En campeonatos Mundiales y Europeos, se designan
vencedores y medallistas en las dos modalidades y el Total Olímpico. En
los JJOO, tan sólo se da medalla al Total Olímpico: quien levante más
kilos sumando las dos modalidades, es el que gana. Tan “fácil” como eso.
En caso de empate, gana el levantador de menor peso corporal en el
momento del pesaje.
Ahora viene la parte épica y espectacular:
Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Con la ausencia del iraní Hussein Razazadeh,
auténtico y absoluto dominador desde principios de siglo, y todavía
récordman mundial, se daba paso a una lucha abierta, como mínimo, a tres
bandas: El ruso Evgeny Chigishev, el alemán Matthias Steiner, y el
letón Viktors Scherbatihs. Estos eran, a priori, los tres candidatos al
reparto de las tres preseas. La competición comienza con la arrancada.
Se lleva la palma el ruso Evgeny Chigishev, levantando 210 kg (a un kg
de su marca), por delante de Viktors Scerbatihs, con 206 kg, marca
personal, y de Matthias Steiner, nuestro gran protagonista germano, que
levantó 203 kg, también marca suya. En este momento, las cosas se
decantaban en favor de Evgeny Chigishev. Tratándose de él, sólo un mal
fario podría apartarle del oro, ya que ninguno de sus rivales parecía
tener la osadía de plantar cara al gran campeón ruso. Si querían
vencerle, tendrían que sacarle en el dos tiempos, como mínimo, ¡¡8
kilos!!, ya que aventajándole en 7 kg habría un empate y la balanza se
decantaría del lado del ruso Chigishev, ya que era el más “ligero” en
esa competición.
Dicho esto, da comienzo la modalidad del dos
tiempos. Chigishev levanta 240 kg en su primer intento. El letón
consigue levantar 242 kg y falla 244 kg a falta de su última tentativa.
Steiner, en un intento por alzarse, como mímino, con la plata, falla en
246 kg pero consigue levantar, no sin apuros, 248 kg. En estos momentos
y tras levantar el ruso 247 kg, Steiner tiene momentáneamente la plata.
Por su parte, poco después el gran Evgeny Chigishev consigue subir su
tope personal a 250 kg. Yo creo que él se sabía ganador. Y no sólo yo.
Sólo hay que escuchar las dos últimas frases del comentarista del primer
vídeo que anexo más abajo: “...Chigishev Will be Olympic Champion,
there is no doubt about that now...”. El gesto del ruso al caer la
barra lo dice todo: "Scherbatihs no está pasando su mejor momento en el
dos tiempos, donde era capaz de levantar 260kg, Steiner ha fallado en
246 y las ha pasado canutas para 248, yo he levantado 250, me tienen que
sacar 8 kg... entrenador, creo que he ganado...". Ya os digo, es un
pensamiento mío, pero creo que en el fondo es lo que piensa. No sé qué
deporte practicáis vosotros o del cual sois aficionados, pero os aseguro
que hay deportes en los que se llega a un nivel, el cual mejorar un kg,
una centésima, un centímetro, cuesta años de esfuerzos, muchas veces
sin llegar a conseguirlo. Hoy, Scherbatihs y Steiner ya habían mejorado
su tope personal en la arrancada... ¿serían capaces de desbancar al
momentáneo poseedor del oro?
El ruso acaba su competición,
cuando el letón y el alemán piensan lo mismo, “ahora o nunca”, y se
hacen la misma pregunta: “¿cuánto hay que levantar para el oro, sea lo
que sea y cueste lo que nos cueste?” El letón carga en la barra 257kg, y
a juzgar por el intento, no estuvo excesivamente lejos y seguro que el
ruso titubeó ligeramente después de la cargada. Segundos después, se
carga un kg más en la barra, 258 kg y el alemán Steiner la mira
desafiante y lo intenta. Había levantado 248 kg esa tarde y su tope
personal eran 250 kg... ¿iba a mejorar 10 kg más de golpe en un día y
mejorar su marca personal en 8 kg? Ahí es donde su chica le dio, desde
allí arriba, ese empujoncito para levantar los 258 kg. Un poema se
podría escribir viendo la cara de Evgeny Chigishev, mientras bebía agua,
cuando Steiner hizo su intento válido y se colgó el oro.
PD:
Esta historia es la cara del deporte. 4 años después, Matthias tenía a
mucha gente pendiente de ver lo que era capaz de hacer Londres. Salió a
la tarima, y en un primer intento de arrancada se le cayó la barra
cargada con 192 kg encima de la cabeza. Tras ser atendido unos
instantes, se levantó y alzó el puño haciéndonos soñar a todos los
espectadores con otro posible intento y otra gran gesta, pero no fue
así. No pudo terminar la competición.
Cara y cruz, dos de las grandes esencias del deporte.
Hoy se cumplen
15 años del debut de Felipe Contepomi con el seleccionado argentino de rugby.
Una década y media vistiendo la camiseta con la que sueña cada argentino que
crece con un balón ovalado entre las manos. El romance de Felipe y Los Pumas comenzó el 10 de octubre de 1998, ante Chile, y llegó a su fin hace cinco días, el
pasado sábado 5 de octubre de 2013, ante Australia.
Cuando en 1998
se enfundó por primera vez la camiseta albiceleste, recién estrenaba la mayoría
de edad, entonces fijada en los 21 años. Argentina venía de fracasar
estrepitosamente en el Mundial de 1995 donde contó por derrotas todos sus
encuentros. En 1999, ya con Felipe en el plantel, los Pumas superaron la fase
de grupos por primera vez. Cuatro años después, nuevamente, no pudieran llegar
a las rondas eliminatorias. Pero a partir de aquí comenzaría la era dorada, con
el jugador de Newman como uno de sus grandes estandartes. En 2004 anotó 14
puntos frente a Francia en la histórica victoria argentina que le arrebataba al
seleccionado galo la condición de invicto en el Velódromo de Marsella. En 2006,
Los Pumas lograrían la primera victoria ante Inglaterra en Twickhenham,
nuevamente con Felipe como titular. Y la mayor gloria la alcanzaron en 2007,
donde lograron el tercer puesto en el Mundial tras vencer dos veces a la selección
anfitriona, Francia, una de las candidatas a alzarse con el título; a Irlanda,
en uno de los grandes duelos del rugby moderno, y a Escocia, a quien mandó a
casa en cuartos de final. Gran parte de culpa la tuvo un Felipe Contepomi que
había alcanzado la madurez deportiva y que estuvo nominado a jugador del año
por la IRB junto a Juan Martín Hernández, Yannick Jauzion, Richie McCaw y Bryan
Habana, premio que finalmente obtuvo este último.
Felipe
Contepomi formó parte también de esa generación de Pumas en la que no pudo
estar Agustín Pichot, que se hizo un lugar en el Rugby Championship (antiguo
Tres Naciones) a base de garra, corazón y mucho rugby, codeándose con las
únicas tres selecciones del mundo que saben lo que es reconquistar un Mundial.
Esa histórica generación que por primera vez logró arrebaterle un empate a
Sudáfrica cuando los Springboks contaban por victorias los 14 duelos anteriores
ante Argentina, pese a la ausencia de Felipe en la primera participación de Los
Pumas en el torneo. No podrá el ex Leinster formar parte del seleccionado que
obtenga la primera victoria en el Rugby Championship, que se resiste después de
12 partidos y pese a haberla acariciado en un puñado de ocasiones. Pero el
legado del ya ex Stade Français es enorme, que pone fin a una intachable
trayectoria con su selección en el que logró el récord de presencias (87 caps)
y de anotación (651 puntos), relegando a la segunda posición nada menos que a
Hugo Porta. 31 de esos 651 puntos los anotó en el histórico partido de 2010 en
el que Los Pumas lograron su mayor victoria ante Francia, que se presentaba en
el José Amalfitani como campeona del Seis Naciones. Argentina trituró al XV del
Gallo por 41-13, con 31 puntos del apertura y capitán de Argentina, que logró dos
tryies y 21 puntos con el pie.
El ya mítico
apertura de Los Pumas forma parte de la generación dorada del rugby argentino que
en los últimos tiempos supo hacerse un hueco entre los grandes del rugby
mundial. Los que se quedan y los que vendrán tienen la agradable presión de
tener que mantener a Argentina entre las potencias del mundo ovalado, tratando
de contribuir al crecimiento que los Pichot, Contepomi y compañía potenciaron. Felipe ya no está, pero el eco de su rugido seguirá sonando cada vez que en el vestuario de Los Pumas se respire el aire de un nuevo partido.